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¿Alguna vez tú o tus hijos se han despertado en mitad de la noche por una repentina sensación de miedo o terror? Los terrores nocturnos son algo más que pesadillas; son una experiencia muy real y potencialmente aterradora que puede dejarnos intranquilos, asustados y confusos. Pero, ¿qué son exactamente estos terrores nocturnos, qué los provoca y debería preocuparnos tenerlos?

En esta entrada del blog, veremos algunos de los signos y síntomas asociados a los terrores nocturnos, así como sus posibles causas, para que sepas cómo reconocerlos si te ocurren a ti o a otra persona. Esperamos que después de leer esta entrada te sientas mejor informado sobre lo que implican estos episodios y puedas tomar medidas para aliviarlos si es necesario.

¿Qué se entiende por «terrores nocturnos»?

Los terrores nocturnos son un trastorno del sueño que pueden resultar aterradores. Si bien son bastante comunes en la infancia, también pueden ocurrir en adultos. Estos episodios suceden durante la fase más profunda del sueño, y pueden hacer que una persona se sienta como si estuviera atrapada en una pesadilla.

Gritos, agitación del cuerpo y miedo intenso son síntomas habituales de los terrores nocturnos. A menudo, la persona afectada no recuerda lo que sucedió al despertar, lo que puede hacer que sea especialmente difícil procesar el hecho de que algo haya sucedido. Es importante saber que, aunque los terrores nocturnos pueden ser aterradores, pueden tratarse con éxito, por lo que es vital buscar ayuda si se está experimentando este trastorno.

¿Cuándo suelen empezar?

Los terrores nocturnos son un problema que afecta principalmente a los niños, siendo más comunes en edades comprendidas entre los 3 y los 6 años. Según la Asociación Española del Sueño (ASENARCO), alrededor del 40% de las personas han sufrido alguna vez un episodio de terrores nocturnos durante su infancia.

Afortunadamente, estos terrores suelen desaparecer por sí solos durante la adolescencia, siendo poco frecuentes en la edad adulta. Sin embargo, si aparecen en la edad adulta, pueden estar relacionados con trastornos psicológicos, como ansiedad o depresión, lo que hace que sean más preocupantes. Es importante estar atentos a cualquier cambio en nuestro patrón de sueño y acudir al médico si se presentan episodios frecuentes de terrores nocturnos.

¿Qué causan los terrores nocturnos?

Estas pesadillas son una experiencia aterradora tanto para niños como para adultos. Aunque todavía no se sabe exactamente por qué se producen, se piensa que está relacionado con el desarrollo inmaduro del cerebro. Los niños pueden experimentar dificultades para salir por completo de la fase de sueño profundo y despertar, lo que provoca una alteración en la transición hacia la fase de sueño REM en la que se producen los sueños.

Además, hay varios desencadenantes como el estrés, la privación de sueño, los horarios irregulares de descanso y algunos medicamentos que pueden favorecer la aparición de estos episodios. En adultos, los terrores nocturnos también pueden estar asociados a trastornos emocionales como la depresión y la ansiedad, así como al consumo de alcohol. Por lo tanto, es importante conocer estos factores y estar atentos a las señales para tomar las medidas necesarias para prevenir y tratar los terrores nocturnos.

¿Cómo se manifiestan?

Durante estos episodios, el niño puede gritar, llorar, patear y golpear con violencia lo que esté a su alrededor, y puede resultar muy difícil despertarlo. Además, los síntomas que los acompañan, como la transpiración excesiva, el rostro ruborizado y la pupilas dilatadas, aumentan la angustia de los padres.

Aunque estos terrores suelen durar poco tiempo y el niño no los recuerda al día siguiente, es importante tener en cuenta que no se trata de pesadillas, ya que no ocurren en las primeras horas del sueño y no se pueden despertar con facilidad. Con comprensión y paciencia, los padres pueden ayudar a su hijo a superar estos episodios y volver a disfrutar de un sueño tranquilo.

¿Qué hacer ante esta situación?

Cuando nuestros hijos experimentan terrores nocturnos, es importante saber cómo manejar la situación sin generar más miedo o ansiedad. Una buena estrategia es encender una luz tenue y hablarles con calma y cariño mientras se les abraza o se les coge de la mano hasta que vuelvan a dormirse. De esta manera, evitamos que asocien la oscuridad con el temor y la luz con la seguridad, lo que podría desencadenar un miedo a la oscuridad.

Es importante tener en cuenta que estos episodios, que a menudo ocurren en niños pequeños, no están relacionados con trastornos psicológicos y suelen desaparecer por sí solos sin necesidad de tratamiento. No obstante, si persisten más allá de los once años y afectan la calidad del sueño o el rendimiento en la escuela o en la vida social, es necesario consultar a un médico. Lo más importante es que los padres estén conscientes de que sus hijos no están sufriendo y que pueden brindarles el amor y el apoyo necesarios para superar estos episodios de manera efectiva.

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